Se acaban de cumplir cuarenta
años de la muerte de María Moliner. Se la recuerda por haber elaborado ella
sola el "Diccionario del uso del Español". Pero antes de eso, Moliner
era ya una pionera. Durante la II República trabajó para acercar las
bibliotecas públicas al mundo rural y realizó un plan innovador de organización
de bibliotecas. Vinculada desde su juventud a la Institución Libre de
Enseñanza, fue redactora del Proyecto del Plan de Bibliotecas del Estado en los
años 30.
Os dejamos, para disfrute de cualquier lector o lectora y para las personas responsables de las Bibliotecas Escolares, el texto que dedicó María Moliner a las figuras esenciales para el fomento de la lectura en una España que necesitaba, como hoy, apostar por los libros y la cultura.
Prólogo de Instrucciones
para el servicio de pequeñas bibliotecas, publicadas en Valencia en 1937, y
que redactó María Moliner.
Estas Instrucciones van especialmente dirigidas a ayudar en
su tarea a los bibliotecarios provistos de poca experiencia y que tienen a su
cargo bibliotecas pequeñas y recientes. Porque, si el éxito de una biblioteca
depende en grandísima parte del bibliotecario, esto es tanto más verdad cuanto
más corta es la historia o tradición de ese establecimiento. En una biblioteca
de larga historia, el público ya experimentado, lejos de necesitar estímulos
para leer, tiene sus exigencias, y el bibliotecario puede limitarse a
satisfacerlas cumpliendo su obligación de una manera casi automática. Pero el
encargado de una biblioteca que comienza a vivir ha de hacer una labor mucho
más personal, poniendo su alma en ella. No será esto posible sin entusiasmo, y
el entusiasmo no nace sino de la fe. El bibliotecario, para poner entusiasmo en
su tarea, necesita creer en estas dos cosas: en la capacidad de mejoramiento
espiritual de la gente a quien va a servir, y en la eficacia de su propia
misión para contribuir a este mejoramiento.
No será buen bibliotecario el individuo que recibe
invariablemente al forastero con palabras que tenemos grabadas en el cerebro, a
fuerza de oírlas, los que con una misión cultural hemos visitado pueblos
españoles: «Mire usted: en este pueblo son muy cerriles: usted hábleles de ir
al baile, al fútbol o al cine, pero… ¡A la biblioteca…!».
No, amigos bibliotecarios, no. En vuestro pueblo la gente no
es más cerril que en otros pueblos de España ni que en otros pueblos del mundo.
Probad a hablarles de cultura y veréis cómo sus ojos se abren y sus cabezas se
mueven en un gesto de asentimiento, y cómo invariablemente responden: ¡Eso, eso
es lo que nos hace falta: cultura! Ellos presienten, en efecto, que es cultura
lo que necesitan, que sin ella no hay posibilidad de liberación efectiva, que
sólo ella ha de dotarles de impulso suficiente para incorporarse a la marcha
fatal del progreso humano sin riesgo de ser revolcados: sienten también que la
cultura que a ellos les está negada es un privilegio más que confiere a ciertas
gentes sin ninguna superioridad intrínseca sobre ellos, a veces con un valor
moral nulo, una superioridad efectiva en estimación de la sociedad, en posición
económica, etcétera. Y se revuelven contra esto que vagamente comprenden
pidiendo, cultura, cultura… Pero, claro, si se les pregunta qué es
concretamente lo que quieren decir con eso, no saben explicarlo. Y no saben
tampoco que el camino de la cultura es áspero, sobre todo cuando para
emprenderlo hay que romper con una tradición de abandono conservada por
generaciones y generaciones.
Tú, bibliotecario, sí debes saberlo, y debes comprenderles y
disculparles y ayudarles. No es extraño que una biblioteca recibida con gran
entusiasmo quede al poco tiempo abandonada si se la confía a su propia suerte:
no es extraño que el libro cogido con propósito de leerlo se caiga al poco rato
de las manos y el lector lo abandone para ir a distraerse con la película a
cuya trama su inteligencia se abandona sin esfuerzo. Todo esto ocurre; pero no
ocurre sólo en tu pueblo, ni lo hacen sólo tus convecinos; ocurre en todas
partes, y ahí radica precisamente tu misión: en conocer los recursos de tu
biblioteca y las cualidades de tus lectores de modo que aciertes a poner en sus
manos el libro cuya lectura les absorba hasta el punto de hacerles olvidarse de
acudir a otra distracción.
La segunda cosa que necesita creer el bibliotecario es en la
eficacia de su propia misión. Para valorarla, pensad tan sólo en lo que sería
nuestra España si en todas las ciudades, en todos los pueblos, en las aldeas
más humildes, hombres y mujeres dedicasen los ratos no ocupados por sus tareas
vitales a leer, a asomarse al mundo material y al mundo inmenso del espíritu
por esas ventanas maravillosas que son los libros. ¡Tantas son las consecuencias
que se adivinan si una tal situación llegase a ser realidad, que no es posible
ni empezar a enunciarlas…!
Pues bien: esta es la tarea que se ha impuesto y que está
llevando a cabo el Ministerio de Instrucción Pública por medio de su Sección de
Bibliotecas y en la que vosotros tenéis una parte esencialísima que realizar.
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