También hay grilletes en la lengua. Por eso no basta con saber escribir: se ha de romper el látigo que esconden las palabras, escribe Olalla Castro cuando se pone en la piel de Harriet Jacobs. Este pasaje esclarecedor podría dar la clave de su propuesta en "Las Escritas", un poemario que nos invita a un viaje poético a través de la historia femenina.
En esta magnífica obra, Olalla Castro nos lleva a explorar y dar voz a mujeres que han dejado una profunda huella en la historia, como personajes de ficción, Penélope, por ejemplo, hasta Jane Austen, pasando por Casandra, Medea, Virginia Woolf y muchas otras figuras icónicas, el poemario nos invita a explorar la vida interior de estas mujeres, desafiando las narrativas tradicionales y ofreciendo una perspectiva renovada de sus historias.
A través de la poesía, de una prosa poética portentosa, con una estructura similar en cada una de las mujeres homenajeadas, Castro desdibuja el relato masculino marcado por el estigma patriarcal y rehace el mundo que se levantó sobre él. Su enfoque en la reescritura de personajes y mitos femeninos como una constante en la tradición propia de la escritura de mujeres es tanto revelador como conmovedor.
Olalla Castro, autora de este poemario premiado en el XXI Premio de Poesía Vicente Núñez, es una voz destacada en la lírica española contemporánea. Su talento creativo y su capacidad para explorar temas relevantes hacen de esta obra una lectura indispensable para aquellos interesados en la poesía feminista y la reivindicación literaria. Pero también para cualquier lector o lectora que aprecie y disfrute con la calidad literaria de un escrito. Y es que Castro escribe a las mil maravillas y en cada página lo demuestra. Resulta llamativo que logre esa altura literaria y esa perfección en cada párrafo. Leerla es aprender a reconocer la escritura bien hecha, perfectamente engarzada.
Por si fuera poco, "Las Escritas" no solo nos invita a reflexionar sobre el papel de las mujeres en la historia y la literatura, sino que también nos ofrece una mirada poética que ilumina aspectos aún plagados de sombras. Sin duda, este poemario merece ser explorado y compartido como una contribución significativa a la literatura actual.
¡No te pierdas la oportunidad de sumergirte en las poderosas voces femeninas presentadas por Olalla Castro en "Las Escritas"! Llueve y llueve y que mejor manera de pasar el tiempo que escuchar llover y acercarte a una mirada distinta sobre mujeres excepcionales.
Transcribimos un ejemplo de una de las mujeres que aparecen en la obra.
EMILY DICKINSON
Cuando paso los dedos por los pétalos miro de otra manera, igual que veo distinto cuando escribo y bordeo las cosas con la lengua. En mi cuaderno, anoto los detalles de cada planta con la precisión que exige la botánica. Me visto de abeja o mariposa: intento que mis yemas se posen tan suaves que la flor no sepa qué insecto la ronda. Que remuevan el polen y de ellas dependan la semilla y el fruto.
Me lleno los ojos de lirios tigre y de violetas antes de regresar al dormitorio. De nada serviría arrancar los tallos hasta formar un ramo, llevarlos conmigo, fingir que cabe el campo en una habitación. Escribir consiste en invocar lo que no está, en conjurar el fantasma de aquello que se ama. El centro del poema es siempre un hueco: lo ausente levantándose para decir su falta.
Vengo de una familia donde los hombres juntan las manos antes de comer y dan las gracias a Dios susurrando palabras. Vengo de una familia donde los hombres extienden las manos antes de dormir y dan la espalda a Dios susurrando palabras. Qué fácil limpiar el pecado como quien restriega jabón sobre la mancha, como quien enjuaga con agua la espuma de la culpa. Papá compraba libros que me pedía después que no cogiera. “Las señoritas no leen esta clase de cosas”, decía. Nunca entendí por qué necesitaba mostrarme primero lo que me iba a esconder, poner algo a mi alcance y después alejarlo.
También hay un prado en el centro de los nombres. También escribir es ser insecto: volar alrededor de las flores, esparcir sus semillas por la tierra. Hay quien no entiende que me guste vestirme de blanco, que me sienta más libre cuanto más dentro (del pecho, del cuarto, del libro). Quisiera ser el retrato que se lleva en el interior del guardapelo. Que bastase una mano para quedarme a oscuras.
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